lunes, noviembre 08, 2010

La batalla entre fe y razón

En España es donde se libra la batalla decisiva entre fe y razón. Lo ha dicho el Papa, y hay que tomar en serio sus palabras aunque después las haya intentado matizar el portavoz vaticano. Benedicto XVI considera que en España existe hoy un laicismo “agresivo” entroncado con el anticlericalismo de la II República, y está decidido a combatirlo mediante la “reevangelización”.

Anticlericalismo existió en la República, y seguramente también existe hoy. Lo que el Papa debería preguntarse es si dicho sentimiento no tendrá algo que ver con el papel represivo que desempeñó la Iglesia en la historia española. Pero no se aprecia la menor reflexión en ese sentido, ni, mucho menos un asomo de autocrítica. En vez de pedir perdón por la complicidad de la Iglesia con la brutal dictadura franquista, por ejemplo, el Vaticano, en una clara exhibición de militancia ideológica, se ha dedicado a sus “mártires” de la Guerra Civil.

Ahora bien: una cosa es un anticlericalismo y otra, muy distinta, el laicismo, por más que el Papa mezcle malintencionadamente ambos términos, al igual que intenta establecer nexos entre la España actual y la trágica República. Lo que hoy hace falta en España es, justamente, lo que Benedicto XVI denuncia como si existiera: un laicismo beligerante, al menos la mitad de agresivo que el propio pontífice, que consiga la separación efectiva entre Estado e Iglesia. Esto lo desea cualquier ciudadano con un sentido moderno de la sociedad, incluidos, por cierto, muchísimos católicos. Pero el Gobierno de Zapatero, después de impulsar las iniciativas de indudable importancia como el matrimonio homosexual o la Ley del Aborto, ha optado por no irritar más a la Iglesia y ha dejado de lado su compromiso por el laicismo.

La II República dio el paso en 1931. Podrá discutirse si el artículo de la Constitución que consagraba el laicismo era acertado en todos sus extremos, pero ello no resta un ápice de validez a la decisión política. En su defensa del texto ante las Cortes, Azaña advirtió sobre el poder de la Iglesia: “Vamos a realizar una operación quirúrgica sobre un enfermo que no está anestesiado y que en los debates propios de su dolor puede complicar la operación y hacerla mortal; no sé para quién, pero mortal para alguien”. Lo preocupante en que, 80 años después y con una democracia más asentada, aquel efímero Estado laico aparezca como una experiencia irrepetible.

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