jueves, octubre 21, 2010

Es sorprendente pasear cerca de El Prado y ver una fila de personas, que desde dónde me encuentro, parecen manchas borrosas como cuando te acercas a un cuadro de Renoir, pero esta vez desde la distancia debido a mi peculiar ceguera.

Para mayor gracia y casualidad, hecho que me provoca una sonrisa, veo que esas manchas difuminadas en el ambiente parecidas a las que se ve en un cuadro impresionista al acercarte, son personas que esperan a entrar a la Pinacoteca para ver los cuadros de la exposición de Renoir. Mucha gente en torno al arte. Mi impresionismo miope me anticipaba el Impresionismo artístico.















La pena que me da todo esto es que la mayoría seguro que o es turista y no se puede ir sin ver el museo, y aprovecha a que hay muchos Renoir en los mismos metros cuadrados; o son personas de Madrid que simplemente quieren ver un cuadro de tan gran artista, sin caer en los detalles, ignorando muchas cosas. Yo simplemente iría con una finalidad: buscar y encontrar el cuadro de La Moulin de la Gallete, y quedarme una tarde entera sentada frente a él y admirarlo, en cambio toda esa gente, va a verlo todo de seguido y rápido. Por lo menos podemos decir que los museos siguen de moda, aunque se vendan al comercialismo, a lo que atrae a muchos espectadores a sus grandes salas que, quizá en condiciones normales, estarían vacías como una simple galería de arte que no recibe demasiadas visitas porque está lejos de las grandes calles y avenidas de Madrid, que en comparación con la calle dónde se sitúa la galería, son mucho más feas.

Hay veces que la belleza sublime de la que nos hablaban los griegos y nos lleva a la catarsis, no se encuentra en espacios bellos.

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